Su risa llenaba los pasillos del supermercado… entusiasmada con la carretita de compras, disfrutaba de la experiencia como si se tratara de un parque; los niños son así, disfrutan cada momento, viven cada instante con intensidad.
De repente, su sonrisa se borró y la preocupación afloró en su lugar, mientras corría por el pasillo había dado vuelta a un cartón de huevos y, como en cámara lenta, había caído al piso. ¨Perdón, fue un accidente. No se quebraron, verdad?” dijo, mientras trataba de colocarlos en su lugar. Y allí una oportunidad de oro para mí, una lección invaluable tocaba a la puerta. Nadie lo vió, y a mi mente venían los tres cartones de huevos que compré un día antes y lo innecesario de gastar nuevamente, especialmente si los huevos estaban arruinados… y confieso, me dieron ganas de hacer como que nada había pasado, y seguir buscando lo que nos había llevado allí.
Tomé el cartón de huevos… y lo llevamos al cajero, le explicamos la situación, (con la esperanza de que no me cobraran), y pagamos el cartón de huevos rotos. Al momento de cancelar, los ojos de mi nena brillaron, me dijo… “mami, lo bueno es que podemos usar los que no se quebraron” y yo contesté: “Mi amor, lo mejor de todo, es que hicimos lo correcto. Aunque nadie te vea, hacer lo correcto, honra a Dios”.
Salió feliz, no hubo regaños, ni molestias… y yo feliz, feliz de recordar lo poco que pagué por una lección que durará para toda la vida. Y es que todo lo que hacemos, aunque nadie lo vea, cuenta. Lo que hacemos cuenta para formar carácter y determinar quienes somos. Vivimos en un mundo en el que la integridad es contra-cultura y hacer lo correcto una forma de locura.
La vida constantemente te dará oportunidades para hacer trampa, para engañar, para no hacer cola, para salirte con la tuya, incluso para robar sin consecuencias aparentes. Te dará oportunidades para pasar sobre los derechos de los demás, como si tu vida o tus necesidades valieran más… y aunque muchas veces hacer lo correcto tiene un alto precio, es más caro lo que pagamos cuando dejamos de un lado lo recto. Pagamos con nuestra solvencia, pagamos dejando de ser íntegros, pagamos con nuestra conciencia; una conciencia que se va cauterizando, borrando los límites, alimentando el hambre de saciar nuestros deseos sin importar a quién lastimemos en nuestro intento.
Cada vez que copiamos, que compramos piratería, que robamos (ideas, planes o cosas) o compramos robado, dejamos de valorar al ser humano que tenemos al lado. Sucumbimos a la idea de una falsa superioridad, que sólo nos quiere engañar…. A Dios no podemos burlar, El conoce nuestro ser, nuestro pensamiento y caminar.
“Todos lo hacen” la favorita justificación, para hacer aquello que a todas luces trae destrucción, pues poco a poco perdemos la esencia, lo que como humanos nos diferencia. No puedo sino imaginar, un mundo en el que cada quien se respete y de a otros su lugar. Y aunque uno no haga “gran diferencia”, en el espacio y tiempo que Dios nos dé, decidamos vivir con transparencia, abanderados de la justicia y la decencia, abogando por el derecho del más débil y afectado… dejando de callar cuando la injusticia pasa al lado. Si unimos nuestras voces, no habrá mal que las pueda anular y podremos hacer del mundo un mejor lugar.
Vivir en rectitud, no es más que mostrar gratitud… es fruto de un corazón agradecido y no producto de un castigo temido. Consecuencia de una transformación, que se da al abrir el corazón al autor de la Creación; porque la verdadera integridad es un proceso y un constante caminar, que sólo se puede recorrer de mano de la gracia y la bondad.
¨Hacer justicia y juicio es a Jehová más agradable que sacrificio”. Proverbios 21:3 RVR160

